Martha Rosler, Bringing the war back home, 1969
La reacción ordinaria frente a semejantes imágenes es la de cerrar los ojos o apartar la mirada. O bien la de incriminar los horrores de la guerra y la locura asesina de los hombres. Para que la imagen produzca su efecto político, el espectador ya debe estar convencido de que aquello que se muestra es el imperialismo norteamericano y no la locura de los hombres en general. También debe estar convencido de que él mismo es culpable por gozar de una prosperidad fundada en la explotación imperialista del mundo. Y debe sentirse culpable de estar ahí sin hacer nada, mirando esas imágenes de dolor y muerte en lugar de luchar contra las potencias responsables de ello. En resumen, ya debe sentirse culpable de mirar la imagen que debe provocar el sentimiento de culpabilidad.
Tal es la dialéctica inherente al montaje político de las imágenes. Una de ellas debe interpretar el papel de la realidad que denuncia el espejismo de la otra. Y, al mismo tiempo, denunciar el espejismo como la realidad de nuestra vida en la que ella misma está incluida. El simple hecho de mirar las imágenes que denuncian la realidad de un sistema aparece ya como una complicidad dentro de ese sistema.
El espectador emancipado, Jacques Rancière, Ellago Ediciones, 2010, trad. Ariel Dilon, p. 91.
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