Susan Sontag quai des Grands Augustins, París, Annie Leibovitz (2003)
El arte (y su elaboración) es una forma de conciencia; los materiales del arte son las diversas formas de conciencia. No existe ningún principio estético en virtud del cual se pueda interpretar que esta concepción de los materiales del arte excluye hasta las formas extremas de conciencia que trascienden la personalidad social o la individualidad psicológica.
(...) Es harto sabido que cuando las personas se aventuran por los confines últimos de la conciencia, arriesgan su cordura, o lo que es lo mismo, su humanidad. Pero la "escala humana", o el patrón humano propio de la vida y la conducta normales, parece estar fuera de lugar cuando se aplica al arte. Porque simplifica exageradamente. Si durante el último siglo se ha adjudicado al arte concebido como actividad autónoma una jerarquía sin precedentes -lo más parecido a una actividad humana sacramental que admite la sociedad secular- ello se debe a que una de las tareas que ha asumido consiste en practicar incursiones y tomar posiciones en las fronteras de la conciencia (a menudo con grave riesgo para el artista como persona) y en volver a informar sobre lo que hay allí.
(...) Su principal recurso para fascinar consiste en avanzar un paso más en la dialéctica de la atrocidad. Se esfuerza por lograr que su obra sea repulsiva, oscura, ininteligible; en síntesis, por dar lo que es, o parece ser, indeseado. Pero aunque las atrocidades que el artista perpetra contra su público sean feroces, su prestigio y su autoridad espiritual dependen en última instancia de la percepción (sabida o inferida) que el público tenga de las atrocidades que aquel comente contra sí mismo. El artista moderno ejemplar es un traficante de locura.
Susan Sontag, La imaginación pornográfica (1967) en Estilos radicales pags. 62 y 63, trad. Eduardo Goligorsky, ed. Debolsillo, 2007.
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