Antonio Gálvez, 1971
Qué maravillosa
ocupación cortarle una pata a una araña, ponerla en un sobre,
escribir Señor Ministro de Relaciones Exteriores, agregar la
dirección, bajar a saltos la escalera, despachar la carta en el
correo de la esquina.
Qué maravillosa
ocupación ir andando por el bulevar Arago contando los árboles, y
cada cinco castaños detenerse un momento sobre un solo pie y esperar
que alguien mire, y entonces soltar un grito seco y breve, y girar
como una peonza, con los brazos bien abiertos, idéntico al ave cakuy
que se duele en los árboles del norte argentino.
Qué maravillosa
ocupación entrar en un café y pedir azúcar, otra vez azúcar, tres
o cuatro veces azúcar, e ir formando un montón en el centro de la
mesa, mientras crece la ira en los mostradores y debajo de los
delantales blancos, y exactamente en medio del montón de azúcar
escupir suavemente, y seguir el descenso del pequeño glaciar de
saliva, oír el ruido de piedras rotas que lo acompaña y que nace en
las gargantas contraídas de cinco parroquianos y del patrón, hombre
honesto a sus horas.
Qué maravillosa
ocupación tomar el ómnibus, bajarse delante de Ministerio, abrirse
paso a golpes de sobres con sellos, dejar atrás al último
secretario y entrar, firme y serio, en el gran despacho de espejos,
exactamente en el momento en que un ujier vestido de azul entrega al
Ministro una carta, y verlo abrir el sobre con una plegadera de
origen histórico, meter dos dedos delicados y retirar la para de
araña, quedarse mirándola, y entonces imitar el zumbido de una
mosca y ver cómo el Ministro palidece, quiere tirar la pata pero no
puede, está atrapado por la pata, y darle la espalda y salir,
silbando, anunciar en los pasillos la renuncia del Ministro, y saber
que al día siguiente entrarán las tropas enemigas y todo se irá al
diablo y será un jueves de un mes impar de un año bisiesto.
Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas, 1962.
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