Puvis de Chavannes, Le pauvre pêcheur, 1887
En todos y cada uno de los períodos históricos, es posible identificar, a
veces negativamente, pero invariablemente de manera apremiante, a un
sujeto social que está siempre presente, es en todas partes el mismo y
siempre lleva una forma común de vida. Esta forma no es la de los
poderosos y los ricos: éstos son cifras meramente parciales y
localizadas, quantitate signatae. El único «nombre común» no
localizado de diferencia pura en todas las épocas es el de los pobres.
El pobre está desamparado, excluido, se lo reprime y explota. ¡Y aún así
vive! El común denominador de la vida, la base de la multitud. Es extraño, pero también esclarecedor, que los autores posmodernos rara vez adopten esta figura en sus teorizaciones. Es extraño porque el pobre es, en cierto sentido, una eterna figura posmoderna: la figura de un sujeto móvil, transversal, omnipresente y diferente; el testamento del carácter incontrolable y aleatorio de la existencia.
Este nombre común, el pobre, es también el fundamento de toda posibilidad de humanidad. Como lo señalaba Nicolás Maquiavelo, en el «retorno a los comienzos» que caracteriza la fase revolucionaria de las religiones y las ideologías de la modernidad, siempre se ve al pobre como a alguien que tiene una capacidad profética: el pobre no solo está en el mundo, sino que es la posibilidad misma del mundo. Solo el pobre vive radicalmente el ser presente y real, en la indigencia y el sufrimiento, y por ello solo el pobre tiene la capacidad de renovar el ser. La divinidad de la multitud, de los pobres, no apunta a ninguna trascendencia. Por el contrario, aquí y solo aquí, en este mundo, en la existencia de los pobres queda presentado, confirmado, consolidado y abierto el campo de la inmanencia. El pobre es Dios en la tierra.
Michael Hardt y Antonio Negri, Imperio, Ed. Paidós, págs. 176-177. Trad. Alcira Bixio
2 comentarios:
Muy lúcido, como era de esperar en esos autores. Un fallo global de la economía es pretender desvincularse de su época histórica, como sis sus “leyes” fueran las de la física, pero la economía, como la literatura o la filosofía depende y es hija de su época, y no es lo mismo pensar la economía en los tiempos de los gremios y los nobles, que en el de la burguesía, que de la revolución industrial o la actual financiera. Los privilegiados van cambiando, de señores feudales y reyes, a burgueses, capitanes de la industria o financieros y especuladores, pero los pobres, ese ‘residuo’ con perdón, es siempre el mismo.
Muy cierto, aquí el proletariado de siempre pero con un matiz mesiánico. El tiempo pasa, los sistemas políticos se transforman y los pobres siguen siendo los mismos, o cada vez más, y padeciendo de la misma forma, sin que parezca importar demasiado a la retahíla de privilegiados.
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