Adriaen Coorte, Five shells on slab of stone, 1696
La mayoría de hombres no parecen haber parado mientes jamás en qué significa una casa, y viven pobremente toda su vida, innecesariamente, porque creen su deber el hacerse con una como la del vecino. (...) Cuando pienso en los benefactores de la raza, a quienes apoteósicamente hemos ensalzado como mensajeros del cielo portadores de divinos presentes, no puedo imaginármelos con séquito alguno ni impedimenta de muebles a la moda. Y puestos a conceder -que no sería poco-, ¡que nuestros muebles fueran tanto más complejos que los del árabe como mayores nuestras facultades morales e intelectuales con respecto a las suyas! Ahora nuestros hogares aparecen abarrotados de ellos, y una buena ama de casa barrería la mayor parte con la basura y aún le quedaría faena matinal por hacer. ¡Faena matinal! ¡Por los arreboles de Aurora y la música de Memnon, ¿cuál debería ser el trabajo matutino del hombre en este mundo?! Yo tenía tres pedazos de piedra caliza sobre el escritorio y con gusto me libré de ellos al ver, espantado, que era necesario quitarles el polvo cada mañana, cuando el mobiliario de mi mente no se había desprovisto aún del suyo. ¿Cómo iba yo a tener, pues, una casa amueblada? Preferiría sentarme al aire libre porque en la hierba no se forma polvo, salvo donde el hombre ha desnudado al suelo de ella.
Henry D. Thoreau, Walden. Ed. Juventud, págs. 56-57. Trad. Carlos Sánchez Rodrigo
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