Jackson Pollock, Number 1A, 1948, 1948
Norteamérica, tanto entonces como luego, era un sanatorio de toda clase de estadísticas. Las cuidábamos. Intentábamos comprenderlas. Hacíamos lo posible porque mejoraran. Las cifras eran importantes, ya que, cualesquiera que fueran los temores que pudiéramos haber tenido con relación al descarrío de nuestras mentes, todos ellos se veìan alejados en gran medida por la satisfacción de saber con exactitud el modo en que estábamos enloqueciendo, a qué nivel de decibelios, a qué mach de velocidad y bajo qué fuerza de arrastre aerodinámico. Así, se producía una locura transferida, un desdoblamiento, entre las propias cifras y aquellos que las creaban y mimaban. Las necesitábamos enormemente, de eso no cabe duda. Mediante las cifras éramos capaces de camuflar nuestras dudas. Las cifras convertían el día presente en algo soportable, servían de heraldo de los sobrecogedores excesos del futuro y almacenaban con sutil y engañosa configuración nuestros recuerdos, por así decirlo, del pasado. Nos convertían a todos en científicos por naturaleza. Reinara la guerra o la paz, nos afanábamos en el recuento de los cuerpos. (...) Mirando atrás, recuerdo cuán importante era para mí el hecho de definir una situación o un periodo de tiempo con tantas cifras como lograba reunir. Se me antojaban los auténticos ayudas de cámara de la claridad. Si hoy me encontrara en mi lecho de muerte y no supiera en qué fecha vivía, probablemente mis células se resistitían a rendirse. Sin un calendario, un cronónmetro o una taza de medidas en la mesilla de noche, me sería imposible saber cómo morir.
Americana, Don DeLillo, p.
174-175, (1971),
Circe, 1999.
2 comentarios:
Genial, y de perfecta aplicación al aquí y al ahora
Cierto. El género humano occidental lleva décadas obsesionado con los números...
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