Lo importante por ahora no es, pues, remontarnos a la raíz de las cosas, sino, siendo el mundo lo que es, saber cómo conducirnos en él. En la época de la negación podía ser útil interrogarse sobre el problema del suicidio. En la época de las ideologías, hay que ponerse en regla con el asesinato. Si el asesinato tiene sus razones, nuestra época y nosotros mismos somos consecuentes. Si no las tiene, vivimos en la locura, y no hay más salida que la de encontrar una consecuencia o apartarse. (...) Hace treinta años, antes de decidirse a matar se había negado mucho, hasta el punto de negarse mediante el suicidio. Dios hace trampa, todo el mundo con él y yo mismo, por lo tanto, muero: el suicidio era la cuestión. Hoy día la ideología sólo niega a los otros, los únicos tramposos. Entonces, se mata. Cada día, al alba, asesinos con galones entran en una celda: el asesinato es la cuestión. (...)
Si no se cree en nada, si nada tiene sentido y no podemos afirmar valor alguno, todo es posible y nada tiene importancia. Sin pros ni contras, el asesino no tiene ni deja de tener razón. Se pueden atizar los crematorios como puede uno dedicarse al cuidado de los leprosos. Maldad y virtud son azar o capricho.
Se decidirá entonces no obrar, lo que equivale por lo menos a aceptar el asesinato de los demás sin perjuicio de deplorar armoniosamente la imperfección de los hombres. Se imaginará también reemplazar la acción por el diletantismo trágico; en ese caso, la vida humana se convierte en una apuesta. Uno puede proponerse, en fin, emprender una acción que no sea gratuita. En este último caso, a falta de un valor superior que oriente la acción, uno se dirigirá en el sentido de la eficacia inmediata. No siendo nada verdadero ni falso, bueno ni malo, la regla consistirá en mostrarse el más eficaz, es decir, el más fuerte. Entonces el mundo no se dividirá ya en justos e injustos, sino en amos y esclavos. Así, hacia cualquier lado que uno se vuelva, en el centro de la negación y del nihilismo, el asesinato tiene su lugar privilegiado.
Albert Camus, El hombre rebelde, 1951.
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