Helmer Osslund, Hösten (Otoño), 1907
La naturaleza, vista desde la portezuela de un vagón o el ojo de un buey de un barco, es, siempre, y en todo lugar, semejante a sí misma. Su principal carácter es que carece de improvisación. Se repite constantemente, al tener sólo una pequeña cantidad de formas, combinaciones y aspectos que son una y otra vez, aquí y allá, aproximadamente iguales. En su inmensa y pesada monotonía, no se distingue más que por matices apenas perceptibles y carentes de interés excepto para los domadores de bestezuelas, cosa que yo no soy (...). En resumen, que cuando uno ha viajado por cien leguas cuadradas de país, en cualquier dirección, ya lo ha visto todo. (...) A mí, los árboles me atacan los nervios, y sólo soporto las flores en casa de la modista y en los sombreros. En cuestión de naturaleza tropical Montecarlo habría satisfecho ampliamente mis necesidades de estética paisajística, mis deseos de viajes lejanos... Yo sólo comprendo las palmeras, los cocoteros, los bananos, los mangles, los pomelos y las palmas si, a su sombra, puedo obtener buenos dividendos y hermosas señoritas que mastiquen entre sus dientes cualquier cosa que no sea betel... Cocotero, árbol que da
cocottes... Sólo me gustan los árboles en esta clasificación tan parisina.
Octave Mirbeau, El jardín de los suplicios, Ed. Impedimenta, 2010. Trad. Lluís Maria Todó.