Gerd Arntz, Abendfahrt, 1937
(...) Cuán desesperadas y superficiales eran las argumentaciones de urgencia con las que la razón trataba de modificar esa sensación inconfundible de horror y de asco!
Además, la vida diaria se interponía ante todo razonamiento lúcido; una vida que continuaba tras haberse vuelto definitivamente fantasmagórica e irreal y que era burlada a diario por los acontecimientos en los que estaba inmersa. Yo seguía yendo al tribunal cameral, donde se continuaba aplicando la ley, como si eso tuviese alguna importancia aún.
(...) Sin embargo, resultó bastante extraño que fuese precisamente esta rutina mecánica que proseguía de forma automática la que contribuyera a impedir que se produjera cualquier reacción enérgica y viva frente al horror.
(...) Ante eso se interponía el mecanismo ininterrumpido de la vida diaria. ¡De qué forma tan distinta transcurrirían hoy probablemente las revoluciones y toda la historia si los hombres continuaran siendo seres autónomos relacionados con un todo, tal vez como en la antigua Atenas, y no se sintieran tan desesperadamente aprisionados por su profesión ni por su horario, si no dependieran de mil imprevistos ni fuesen piezas de una maquinaria incontrolable, como si caminaran sobre raíles y estuviesen perdidos en caso de descarrilar! Sólo la rutina diaria genera seguridad y una sensación de permanencia, de ahí a la jungla sólo hay un paso. Todo europeo del siglo XX es consciente de ello y siente un miedo oscuro. De ahí su vacilación a la hora de emprender una acción que pudiera hacerle 'descarrilar', algo audaz, que se salga de la rutina y parta sólo del hombre mismo. De ahí la posiblidad de que ocurran catástrofes humanas tan inmensas como la dominación nazi de Alemania.
(...) Así, inseguro, a la espera, cumpliendo con la rutina diaria, tragándome la ira y el horror o dándoles rienda suelta en forma de arrebatos muy extraños y estériles en la mesa del comedor familiar, viviendo desconectado como tantos otros millones de alemanes, dejé que los acontecimientos se me vinieran encima.
Y se me echaron encima.
Sebastian Haffner, Historia de un alemán. Memorias 1914-1933. pp. 146-149. Ed. Destino 2001. Trad. Belén Santana.