Edward Hopper, Early sunday morning, 1930
Sabemos hoy que para destruir la
experiencia no hay necesidad de una catástrofe: la vida cotidiana en una
gran ciudad basta perfectamente, en tiempo de paz, para garantizar este
resultado. En efecto, en la jornada de un hombre contemporáneo no hay
casi nada que pueda traducirse en experiencia: ni la lectura del
periódico, tan rica en noticias irremediablemente ajenas al lector mismo
al que conciernen; ni el tiempo pasado en embotellamientos al volante
de un coche; ni la travesía de los infiernos en que se hunden los
ramales del metro; ni los manifestantes que de repente ocupan toda la
calle; ni la nube de los gases lacrimógenos que se disipa lentamente por
entre los inmuebles del centro urbano; ni tampoco las ráfagas de armas
automáticas que estallan no se sabe dónde: ni la cola ante las
ventanillas de la administración; ni la visita al supermercado, ese
nuevo país de Cucaña; ni los instantes de eternidad pasados con
desconocidos, en el ascensor o en el autobús, en una promiscuidad muda.
El hombre moderno vuelve a su casa al atardecer cansado por un cúmulo de
acontecimientos -divertidos o aburridos, insólitos u ordinarios,
agradables o atroces- sin que ninguno de ellos se haya mutado en
experiencia.
Es esta imposibilidad de traducirse en experiencia lo que hace insoportable, más de lo que nunca ha sido, nuestra vida cotidiana, y no una supuesta mala calidad o insignificancia de la vida contemporánea respecto a la del pasado (al contrario, quizás la existencia cotidiana nunca fue más rica en acontecimientos significativos). […] La visita a un museo o a un lugar de peregrinación turística resulta particularmente instructiva a este respecto. Ante las más grandes maravillas de la tierra (pongamos, por ejemplo, el Patio de los Leones de la Alhambra), una aplastante mayoría de nuestros contemporáneos rehúsa la experiencia: prefiere dejar este cuidado a la cámara fotográfica. No se trata, en absoluto, de deplorar tal actitud, sino de levantar acta de la misma.
Infancia e historia. Destrucción de la experiencia y origen de la historia, Giorgio Agamben, Adriana Hidalgo Editora, 2011 (p. 8 y 10).