Max Ernst, grabado de la serie Une semaine de bonté, 1934
P. En su libro habla del poder del arte, la música o la literatura para atenuar las tendencias violentas del ser humano.
R. Por lo que respecta al poder de la música o el
arte para expandir la empatía de la gente, es una cuestión abierta, pero
en el caso de la ficción creo que sí se da. En mi opinión eso se debe a
que cuando se lee una obra de ficción tiene lugar una proyección del yo
en la mente de otro individuo. En esto estoy cerca de los
planteamientos de Martha Nussbaum y Lynn Hunt, aunque no hay consenso entre los expertos en literatura.
P. ¿Podría hablar del poder cognitivo de la ficción?
R. Un rasgo muy destacado del homo sapiens
es que nos encantan las historias. No hablo sólo de la ficción literaria
en sentido estricto, sino que en el concepto de ficción englobo formas
narrativas tan dispares como los chistes, las leyendas urbanas, los
programas de televisión o las películas. Empleamos una enorme cantidad
de tiempo y dinero en explorar mundos imaginarios. Para un biólogo del homo sapiens
como yo, esto plantea una cuestión muy profunda. ¿Por qué perdemos el
tiempo en cosas que sabemos que son mentira, cosas que nunca han
sucedido? No puedo dejar de pensar que la ficción, la narrativa y el
arte de contar historias e idear mundos imaginarios son actividades que
tienen una función, y se trata de una función cognitiva, destinada
fundamentalmente a representar distintas situaciones en el ojo de la
mente, explorando lo que puede suceder en mundos posibles, y creo que no
es implausible que cualquier agente dotado de inteligencia tenga que
manipular, navegar un mundo social muy complejo en lugar de pensarlo
todo en tiempo real. Cuando estás en una situación que o bien la has
imaginado tú o alguien la ha imaginado para ti, son muchas las maneras
posibles de reaccionar. Todos los conflictos de intereses que se dan en
el trato humano producen placer al verlos representados en clave de
ficción. La narrativa es una manera de explorar el vasto espacio de las
relaciones humanas en el recinto seguro de la mente.
P. ¿Esa es la razón por la que la sed de historias que tenemos cuando somos niños nunca muere en nosotros?
R. Las palabras nos permiten explorar los límites
más alejados de la experiencia humana. Esa es la razón por la que una
proporción importante de la narrativa, especialmente en el caso de los
niños, tiene un componente mágico. ¿Hasta dónde es posible extender la
comprensión del mundo yendo más allá de lo que experimentamos en el
curso de nuestra vida diaria? Nuestras experiencias son limitadas y
repetitivas. La inmersión en mundos imaginarios nos permite acariciar la
posibilidad del milagro, la magia, la posibilidad de ampliar los
límites del mundo violentando las leyes de la física, de la lógica y la
psicología. Eso es una conjetura, una hipótesis acerca de por qué los
humanos amamos de tal manera la ficción.